Cultura

1 febrero, 2017

Black Out: el recuerdo líquido

En Black Out María Moreno se sumerge en una historia de excesos, bares y escritura en los 60 y 70. En su propia vida y la de sus amigos, compañeros de barra y colegas. Su familia biológica y la elegida. Una corajuda autobiografía editada por Random House en 2016.

Si hay un género al que hay que tener coraje para animarse es la autobiografía. Primero por una obviedad: es una historia en la que lo que poco importa el final porque claro, se la escribe con vida. Luego, porque es difícil saber qué contar de las múltiples personas que es una misma. ¿Contar amores, historias de infancia, experiencias de lectura?¿Contar viajes, trabajos, genealogías familiares? ¿Cómo hacer un relato entero de lo que se dio por flashes, momentos fragmentarios? Y sobre todo, ¿cómo armar un yo textual que se despegue del subjetivo cuando hay tantos, tantos puntos en común?

Cuántas de estas preguntas se habrá hecho María Moreno para escribir Black Out (Random House, 2016) podríamos también preguntaros. Sabemos que hay respuestas osadas: si la experiencia está fragmentada, se contará entonces por fragmentos. Si hay que elegir qué contar se irá de lleno a un tema tabú: el ebrio; peor aún, la mujer ebria. Si la vida de una se explica en parte por la vida de los otros se contarán también momentos de sus biografías. Si la familia es también la que una elige aquí se encontrará el retrato de la que se encuentra en el bar y se hermana en el alcohol. La barra. La muchachada. Los compañeros de copas. Por esa familia, salud.

La memoria líquida

Un borracho sube a un colectivo aferrándose a una jaula. Dice que adentro lleva una mangosta. Debe cuidarla porque ella va a comerse las víboras del delirium tremens que pueden picarlo. Los pasajeros le contestan que esas víboras no son verdaderas. El borracho muestra la jaula vacía para contestar que tampoco su mangosta lo es. Con esta anécdota, relatada en una reunión de Alcohólicos Anónimos y reproducida luego en una fiesta, Black Out da inicio. Borracho, víboras, mangostas y anécdotas tercerizadas nos colocan justo en donde hay que leer esta forma especial de autobiografía que es el texto de María Moreno: en esa zona donde lo real, lo imaginado y lo posible crean y quiebran leyes propias que tienen que ver menos con la vida que con la literatura que es quizás, otra forma de vivir.

Es un buen primer comienzo. Puede discutirse si el segundo es aún mejor. María, borracha, transitando el duelo de su padre, llega a Tres Bocas. Tres Bocas es un muelle en el Delta del Tigre -ese Tigre en donde se refugió Rodolfo Walsh, donde se suicidó Lugones, donde transcurre el Sudeste de Conti, donde Sarmiento tuvo su casa- a poco más de 40 minutos de lancha del continente. Está sobre el Río Sarmiento y rodean la isla otros ríos menores. Después de tomar una botella de Ginebra María nada, nada incansable, nada escapando o buscando o tratando de no ser. Nada respaldada por la preocupación de su amigo Gumier Maier que sólo quiere que vuelva. Si no hay mangostas tangibles que defiendan de un dolor que no se puede agarrar porque fluye, porque transita, entonces la veta estará en lo líquido. Tomar lo líquido y hundirse en él.

En uno de sus textos más famosos Karl Marx escribió que todo lo sólido se desvanecía en el aire pensando, entre otras cosas en la disolución de los vínculos que había establecido la modernidad. Será quizás por eso que aquí los vínculos se rodean de lo líquido: el río, el alcohol, la sangre. Black Out parece decir que si lo que se desvanece es inasible y dudoso, deberíamos contar las veces que nos aferramos a lo líquido, a lo que corre, que flota con la corriente río abajo, o que se incorpora en el cuerpo y se va con el día después, o que sale de nosotros en forma de pis, de saliva, de sangre. Contar ese constante tránsito. Hablar del fluir.

Todos alguna vez hemos tirado un piedra al agua. La figura es siempre la misma: un círculo pequeño recibe el impacto y luego círculos más grandes, a veces incontables, rodean el punto en donde cayó el proyectil. Así, Black Out repite en círculos concéntricos una misma estructura.

Los capítulos titulados Del otro lado de la puerta vaivén son reflexiones, ensayos, fragmentos de miradas de sí misma y de los muchachos desde el otro lado del espejo que, como sabemos, debe hacerse líquido para traspasarse.

Luego La pasarela del alcohol retrata a esos habitantes de las letras, la ginebra, el whisky y la noche; una serie de pequeñas historias que no son universales ni infames, que necesitan ser narradas en su idiosincrasia y en su ambigüedad: allí encontraremos cruzando borracheras periodismo y literatura a Miguel Briante, Norberto Soares, Charlie Feiling, Claudio Uriarte.

Ronda es el título que completa la tríada de capítulos que se repite y se agranda y son, así como la palabra sugiere, el relato de esos recorridos por la particular Ciudad de Buenos Aires que crece nocturna en las mesas del BarBáro en Retiro, el Alex Bar de Once, o el circuito de bares de la calle Corrientes que se constelan en La Giralda, el Ramos y  La Paz.

Dispuesta a recordar

Si tener un black out puede traducirse como algo parecido a un apagón, un desmayo, una pérdida de la memoria presente, casi que quizás el título del libro de María Moreno pueda leerse como un ironía. No hay blancos en esta reconstrucción de la ronda de bares porteños de los años 60 y 70, no hay vacíos ni apagones: hay más bien un esfuerzo analítico de buceo en la memoria, una iluminación oscura de esa bohemia que, de bar en bar, se emborrachaba de alcohol y de literatura. Hay trabajo y recuerdo sobre un lugar ganado: el bar, el lugar en donde socializan los  hombres, el lugar de compañera de tragos. Si el alcohol interrumpe la cronología, se hará una cronología siguiendo sus reglas. Black Out construye una genealogía etílica.

A principios de siglo otra periodista, más conocida por su labor poética, Alfonsina Storni, publicaba en la revista Fray Mocho. Su prosa es afilada, irónica, desenfadada. Denuncia la moderación en tonos pastel a las que se somete a las mujeres de bien. Se ríe de los mandatos modales que encorsetan o prohíben o regulan. Es poco conocido este costado de la loba, así como lo es que fue llamada la reina del Tortoni, por sus largas estadías en ese bar. Parece mejor recordarla sólo problematizando el amor que ocupando lugares históricamente moldeados a la figura masculina. Cosa curiosa, eligió morir en lo líquido del mar.

Si hubiera que hacer una historia de los goces, la de las mujeres podría titularse “con moderación”. Beber poco, fumar escaso, coger de vez en cuando, hablar bajo, reír delicada, escribir prudente, bailar serena. Cualquier franqueo de estas rayas significará ser borracha, puta, histérica y otros etcéteras, ninguno vinculado a una paridad de género (porque la historia de los goces de los hombres tendría otro título). Alfonsina es un nombre árabe, quiere decir “dispuesta a todo”.

La historia que cuenta Black Out es una historia de excesos, porque de qué otra forma se podían transitar esos años siendo una mujer así, dispuesta a todo. Dispuesta a escribir. Dispuesta a tomar. Dispuesta a recordar.

Mariel Martínez – @Mariel_mzc

Si llegaste hasta acá es porque te interesa la información rigurosa, porque valorás tener otra mirada más allá del bombardeo cotidiano de la gran mayoría de los medios. NOTAS Periodismo Popular cuenta con vos para renovarse cada día. Defendé la otra mirada.

Aportá a Notas