Batalla de Ideas

4 mayo, 2018

El resultado de confiar en el mercado y descreer de la política

Por Federico Dalponte. La crisis cambiaria tomó por sorpresa al Ejecutivo. La reacción, oportuna o no, careció de eficacia y ese fue tal vez el hecho más notorio. La supuesta pericia en materia económica, principal valor del oficialismo, quedó a la deriva ante los ojos del mundo financiero.

Por Federico Dalponte. La crisis cambiaria tomó por sorpresa al Ejecutivo. La reacción, oportuna o no, careció de eficacia y ese fue tal vez el hecho más notorio. La supuesta pericia en materia económica, principal valor del oficialismo, quedó a la deriva ante los ojos del mundo financiero.

Ni siquiera Elisa Carrió, de apariciones efímeras y resonantes, logró llevar serenidad. Los principales medios suelen hacerlo, pero el mercado no escucha a cualquiera. La confianza nunca es fácil de adiestrar.

Las reuniones de urgencia y las caras largas en Casa Rosada demuestran que la economía sigue siendo el factor decisivo. El éxito del modelo Cambiemos no será la consagración de nuevos derechos ni mucho menos. Alcanza, para sus votantes y soportes varios, con que Mauricio Macri no entregue Hacienda en peores condiciones que las recibidas. Parece difícil.

Lo cierto es que el prolongado derrumbe de la moneda nacional pone en jaque a un activo importante del gobierno. Tal vez el principal. Diferenciarse de la gestión anterior fue un valor en sí mismo durante varios meses. Pero había un límite preciso: que no emergieran problemas nuevos ni se pronunciaran los existentes. Ese era el pacto implícito con los votantes.

La economía, en ese contexto, se consagraba como el gran desafío del gobierno, el principal foco de atención. Y en esa senda transitaron las primeras medidas: liberación de la compra de dólares, rebaja de las retenciones a la exportación, apertura comercial y acuerdo con los fondos buitre.

Parte del éxito del oficialismo en octubre de 2017 puede explicarse entonces por la combinación de esos dos factores: escasez de sobresaltos económicos, basada en la suspensión transitoria del tarifazo escalonado y en la reactivación de la obra pública, y polarización con Cristina Kirchner, exponente óptima de la gestión saliente.

Difícil imaginar un escenario mejor. «Evitar la crisis» fue el título impuesto desde el propio poder político para describir ese éxito económico no cuantificable. A Cambiemos le servía esa pizca: apenas bastaba no evidenciar fisuras de gestión para atravesar sin sobresaltos la prueba electoral.

Lo novedoso, en este sentido, no es la disparada del dólar, de la que ya hubo antecedentes, sino que por primera vez fueron los propios actores del mundillo financiero local y foráneo los que olfatearon la perplejidad y las dudas del gobierno. Y apareció la desconfianza.

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Comenzado el tercer año de mandato, las consultoras privadas coinciden en que la confianza en el gobierno cayó al menor nivel desde el recambio de administración. Ese factor aislado significa poco, pero allí está.

Ello implica, por lo pronto, una pérdida de peso comparativo. Es decir que por cada centímetro que el gobierno pierde el control de la economía, aumenta el volumen de negociación de sus adversarios. Y esa incapacidad para mantener el pulso del discurrir económico se profundiza en épocas de agenda inestable.

Es verdad, la disputa por el esquema de tarifas es un trance menor para el Ejecutivo. El trámite en el Congreso se encamina, en el peor de los casos, a un veto anunciado ya por el jefe de gabinete.

Pero el problema no sería el malhumor social, sino su instalación en medio de la desconfianza por la tormenta económica. Esa combinación de elementos distorsivos debe enfrentarse siempre con prudencia y rapidez: no es lo mismo, pues, afrontar corridas cambiarias con mayoría legislativa y control del debate público que hacerlo en medio de una contienda por el control de las sesiones.

En cualquier caso, el gobierno optó otra vez por el camino largo. Todo indica que dará pelea en la Cámara Baja para dilatar el tratamiento sobre las tarifas, aunque tenga todo para perder: si el tema capta la atención social, la imagen del oficialismo saldrá maltrecha; y sino, habrá sido un gasto innecesario de energía política para una pelea con resultado puesto. Al mal paso, se sabe, mejor darle prisa.

Así, por tanto, aunque las circunstancias hayan variado, Cambiemos insiste con el modelo que lo llevó al éxito. Pero no repara en que el desconcierto lo debilita ante los ojos del sector financiero, y también ante el mundo político. Y ése será un elemento clave en los meses siguientes.

Insistir por ejemplo con una reforma laboral en este escenario parece temerario. ¿De dónde sacará robustez política para sobrellevar un debate que ya cuenta con el rechazo de la CGT y los senadores peronistas? A menudo ciertas ideas pecan por extemporáneas.

Lo dicho; dos elementos fueron centrales en la vitalidad creciente del oficialismo: la ausencia de sobresaltos económicos y la polarización con la gestión anterior. Ambos factores hoy perdieron vigencia.

@fdalponte

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