Medio Oriente

3 marzo, 2015

Incierto amanecer en Libia

A mediados de febrero se cumplió el cuarto aniversario de la rebelión que acabó con el gobierno de Muammar al-Gadafi en 2011. Pero las tareas de reorganizar y reconstruir el país continúan siendo una tarea pendiente.

Con Siria desangrándose, Irak al borde del colapso e Irán y los EEUU entrando en un histórico descongelamiento de sus relaciones, poco lugar queda en el ojo de los medios para el que fue uno de los conflictos que marcaron a la “primavera árabe”.

A mediados de febrero se cumplió el cuarto aniversario de la rebelión que acabó con el gobierno de Muammar al-Gadafi en 2011. Pero las tareas de reorganizar y reconstruir el país continúan siendo una tarea pendiente.

Hoy es difícil asegurar que exista un gobierno libio. De hecho, con el Congreso Nacional General extinto, existen dos autoridades regionales, con sus propias capitales (Tobruk y Tripoli), así como estructuras administrativas y fuerzas militares en disputa por la supremacía, asistidas cada una por aliados externos.

A lo largo de febrero, tras un nuevo embargo de armas y la intervención de actores regionales, las Naciones Unidas han podido reunir a los dos principales bandos enfrentados y negociar una tregua.
Pero esto no abarca todo el territorio. Al Este, en Bengazi, grupos de islamistas radicales de línea dura han asentado su propio gobierno, a la vez que otras organizaciones menores pero de creciente influencia han jurado lealtad al Estado Islámico. Los atentados con bombas y ataques a extranjeros se han vuelto cada vez más recurrentes en el país.

El principio del fin

Enemigo jurado de Occidente durante la Guerra Fría, en sus primeros años Gadafi hizo de Libia un régimen de carácter único. Girando alrededor de su persona, la “Jamahiriyya” (o “Estado de las masas”) se dotó con un rol central del Estado como garante y regulador del desarrollo social, la actividad económica y la vida política y cultural. Apoyándose en sus inmensas reservas energéticas, Gadafi abogó por situar a Libia como actor protagónico en la escena política africana, así como convertirse en una referencia aglutinadora del Movimiento de los No Alineados.

Sin embargo, el colapso de la Unión Soviética traería consigo un giro pragmático, adhiriendo a acuerdos de seguridad y control migratorio junto con la Unión Europea. Participó a su vez de la “Guerra contra el terrorismo” enarbolada por Washington, que le permitió consolidar el control del Estado sobre el disenso. Y finalmente procedió a liberalizar progresivamente la economía libia y abrir a la participación del capital extranjero sobre una de las reservas energéticas más ricas del continente africano.

De esa forma, desde Occidente se desestimaron las acusaciones de violaciones a los derechos humanos que luego, rotas nuevamente las relaciones, serían explotadas en su contra.

Su imprevisibilidad, su rivalidad con las monarquías petroleras del Golfo, así como la creciente asociación con China en materia financiera y comercial, hicieron de su derrocamiento una prioridad que confluyó con la oleada de insurrecciones de 2011.

Viejas figuras del régimen caídas en desgracia, opositores políticos exiliados, combatientes extranjeros y grupos de todo el espectro político coincidieron en el levantamiento armado, avalado y apoyado militarmente por las aeronaves de la OTAN.

Con la muerte del “Hermano Líder” -capturado y ejecutado por rebeldes luego de que un avión de la OTAN atacase el convoy en el que escapaba del asedio sobre la ciudad de Sirte- terminaba también el Estado libio como se lo conocía.

Pronto, las diferentes fuerzas aglutinadas en torno al opositor Consejo Nacional de Transición (CNT) vieron aflorar diferencias insalvables, apoyadas en disputas territoriales, choques personales y desacuerdos ideológicos.

Futuro incierto

Las últimas elecciones parlamentarias de junio de 2014, lejos de encauzar la situación, han dado lugar a una cadena de choques armados que se extendieron a nivel nacional, iniciando la nueva etapa de guerra civil que se prolonga hasta hoy.

En medio de un gran abstencionismo, la Corte Suprema optó por desconocer los resultados electorales, que daban por perdedora a la coalición islamista. Una alianza de fuerzas, donde predominan grupos liberales y nacionalistas se formó alrededor del Parlamento, reclamando la legitimidad de los comicios.
Negándose a ceder el poder, los islamistas reunieron a las milicias leales bajo el sello de “Fajr Libya” (Amanecer Libio) y lanzaron una serie de exitosas incursiones militares, haciéndose con el control de la que fuera la capital histórica, Tripoli, en el oeste del país.

Allí, con el apoyo explícito de Qatar, anunciaron la formación del Nuevo Congreso Nacional General, encabezado por Nouri Abusahmain, al frente del Partido Justicia y Construcción, ligado a la Hermandad Musulmana. Abusahmain ya había encabezado un gobierno de mayoría islamista como presidente entre 2012 y 2014.

El Parlamento se trasladó a Tobruk, y amplió sus fuerzas incorporando a elementos del antiguo régimen, hasta entonces marginados de la escena pública, así como milicias tribales del interior, que entraron en juego luego de ver amenazado su status por la avanzada islamista. Bajo el mando del General Khalifa Haftar, con el apoyo de la aviación de Egipto y los Emiratos Árabes Unidos, pusieron en marcha su propia campaña militar, la Operación Dignidad. Lograron luego recuperar gran parte del terreno perdido antes de llegar al cese de las hostilidades.

El gobierno egipcio del mariscal al-Sisi se encuentra particularmente preocupado por la emergencia de grupos islamistas en la vecina Libia. Teme ante todo que la Hermandad Musulmana, principal fuerza opositora en Egipto, extienda sus influencias y apueste por aislar a su gobierno. Por eso interpreta los acontecimientos libios como un asunto de seguridad nacional.

La costa libia fue el escenario que el EI utilizó para adjudicarse uno de sus últimos crímenes, luego de anunciar la ejecución de 21 pescadores egipcios que habían sido secuestrados. Las víctimas eran todas cristianos coptos, una de las más antiguas comunidades cristianas, asentada principalmente en Egipto. Tras anunciar siete días de duelo, al-Sisi ordenó bombardear las posiciones del EI en Libia.

Así el poderoso Estado que edificó Gadafi hoy es un territorio desgajado y desangrado por gobiernos locales apoyados por la injerencia de Estados extranjeros.

 

Julián Aguirre – @julianlomje

 

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