Batalla de Ideas

30 septiembre, 2015

Lo que se oculta en el mito del desarrollo

Por Ulises Bosia. La transición argentina en curso se expresa en un debate sobre la política económica que debe adoptar el próximo gobierno. Los cambios que ya se pueden advertir en el discurso del Frente para la Victoria, signado por la idea del desarrollo.

Por Ulises Bosia. La transición argentina en curso se expresa en un debate sobre la política económica que debe adoptar el próximo gobierno. Los cambios que ya se pueden advertir en el discurso del Frente para la Victoria, signado por la idea del desarrollo.

El lanzamiento del plan económico de Daniel Scioli fue convocado como un “encuentro para el desarrollo argentino” y él mismo viene repitiendo ante cada auditorio que “se viene la etapa del desarrollo”. Para el candidato ganador de las PASO, el desarrollo se puede sintetizar en: “Crecimiento económico sostenido con pleno empleo y de calidad, distribución del ingreso y mayor calidad de vida para cada argentino”. Ahora bien, ¿cómo pretende alcanzar estas definiciones, tan generales como políticamente correctas?

Precisando un poco más la pregunta, vale la pena puntualizar tres elementos del contexto internacional que nuestro país atraviesa. En primer lugar la baja de los precios internacionales de los principales productos de exportación. En segundo lugar, la disminución en la tasa de crecimiento de China, uno de nuestros principales mercados. Y en tercer lugar la dinámica de recesión económica brasileña -otro gran mercado de exportación-, agravada por la política de ajuste adoptada por el gobierno de Dilma Rousseff.

Los tres fenómenos están directamente relacionados entre sí y son aspectos de la crisis mundial capitalista que se desplazó hacia los llamados “países emergentes”, sin perspectivas de resolverse por ahora.

A ello se suma la situación interna en nuestro país -marcada por la reaparición de la restricción externa, típica del crecimiento económico del capitalismo dependiente-, ante la que la política económica del gobierno nacional ensayó distintas respuestas no ortodoxas, evitando la aplicación de un ajuste al estilo brasilero y estimulando la demanda del mercado interno, pero sin afectar tampoco los intereses del capital concentrado, que se defiende entre otras cosas mediante el aumento de los precios internos.

La promesa de las inversiones extranjeras y las falacias del desarrollismo

En este contexto, la gran promesa del sciolismo para la superación de la restricción externa es la llegada de inversiones extranjeras. En tono de campaña Scioli anunció: «Me comprometo a traer a nuestro país un piso de 30 mil millones de dólares por año durante los próximos cuatro años para desarrollar el complejo energético, el complejo agroalimentario, la minería sustentable, la ciencia y la tecnología en el país».

Esta verdadera lluvia de dólares -que en cada año equivaldría aproximadamente al total de reservas con las que hoy cuenta el Banco Central- puede obnubilar la vista. Pero conviene analizar con cuidado su significado.

Para eso vale la pena citar a John William Cooke, en general conocido por su militancia en pos de la construcción de un peronismo revolucionario, pero responsable también de algunos de los más lúcidos análisis del desarrollismo y las políticas económicas de los años sesenta.

Cooke escribió que “el desarrollismo se apoya en una serie de falacias: la de que toda inversión equivale a desarrollo; la de que toda industria es factor de crecimiento autónomo; la de que las ganancias empresarias se transforman en inversiones; la de que el capital extranjero cumple la función de la ‘acumulación primitiva’ con que contaron las potencias adelantadas”.

Y hoy podemos ver cómo muchas de esas falacias siguen vigentes y se replantean, presentes en el discurso oficial del kirchnerismo en estos años y mucho más acentuadas en las propuestas económicas de Scioli.

La llegada de inversiones millonarias para la minería a cielo abierto, por caso, sin contemplar la industrialización de los minerales generados ni la evaluación de cuáles de los usos sociales de sus productos podrían justificar el fuerte deterioro del medio ambiente, no equivale a desarrollo sino a expoliación.

Por otro lado, el funcionamiento del complejo automotriz, controlado en su totalidad por capitales multinacionales, demuestra que no necesariamente toda industria genera crecimiento autónomo. En la medida en que el porcentaje de integración de autopartes producidas localmente no crezca, más bien es un factor más que amplifica el déficit en la balanza de pagos, dado que la importación de sus insumos es más cara que el valor de exportación del producto final.

El problema es que justamente este funcionamiento no es azaroso sino el resultado del establecimiento de cadenas internacionales de valor y desarmarlas implica confrontar con esos mismos capitales internacionales que Scioli espera convocar.

Por otro lado, las inversiones en la industria agroalimentaria -una de las ramas más rentables de la estructura económica nacional, orientada mayoritariamente a la exportación- deja en claro también que no necesariamente toda industrialización es un factor de desarrollo. Incluso el propio macrismo impulsa este tipo de emprendimientos, que no requieren la existencia de altos niveles de demanda interna para ser rentables, como analizamos hace algunas semanas en esta misma columna.

Finalmente, la idea de que las ganancias empresarias se convierten en inversiones está totalmente desmentida por la reiterada conducta del empresariado local y extranjero, crónicamente adicto a la retirada de millones de dólares del país cada año, tanto vía la remisión de utilidades como por distintas formas de fuga de capitales. Pero además, esta idea conduce a creer que el problema es generar las condiciones de “seguridad jurídica” y “previsibilidad” que el mercado requiere.

Subdesarrollo e imperialismo

Retomando el mismo trabajo de Cooke, “esta es la gran ausencia que encontramos en todos los ‘desarrollismos’: ignoran el problema imperialista”. Y para más claridad, “el subdesarrollo no es un fenómeno particular de cada país, sino parte de una proceso de alcance mundial producido por la expansión del capitalismo”.

Es decir, la historia vivida en los años sesenta debería servirnos como ayuda para no creer de manera ingenua ni en las bondades de la inversión extranjera ni en las posibilidades de la burguesía local y foránea de impulsar el desarrollo del país.

Al contrario, frente al contexto económico nacional e internacional planteado, surge la necesidad de reformar la legislación que regula el capital extranjero, avanzar en formas de control público del comercio exterior y del sistema financiero y rediscutir el rol del Estado en la economía, no ya como garante y regulador de un “capitalismo serio” sino como planificador de una transformación de la estructura económica dependiente de nuestro país, apoyado en la creación del poder popular.

@ulibosia

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