Batalla de Ideas

19 diciembre, 2016

A 15 años del fin de la UCR: ¿cómo y por qué volvió?

Por Federico Dalponte. El último presidente radical fue Fernando De la Rúa. Su vida pasó al olvido, pero su partido no. Se mantuvo agazapado, recluido en las provincias y en el Congreso. Tres lustros después, su reaparición en el gobierno nacional es el retorno al camino discontinuado en 2001.

Por Federico Dalponte. La Unión Cívica Radical (UCR) está viva. Volvió a la presidencia después de una década y media. Aunque también está muerta. Cedió todo su poder territorial para que gobierne la oligarquía que desplazó hace cien años. Y está viva: maneja el Poder Ejecutivo en tres provincias y lo secunda en otras dos. Y está muerta: su peso electoral autónomo hoy apenas alcanza los dos dígitos. Y está viva: su historia antigua está enraizada en varias generaciones. Y está muerta: su historia reciente es también parte de la memoria colectiva.

Antes de que Cambiemos existiera, el ex ministro alfonsinista Juan Manuel Casella recordó que la elección de 1983 había contado con un ingrediente adicional: la sociedad argentina tenía un recuerdo aceptable del último presidente radical.

Se trataba de Arturo Illia. Casi dos décadas después de su derrocamiento, la historia lo había compensado. Los hijos de su época ya no lo veían como a ese gobernante débil del que hablaban los diarios. Tampoco como a un prócer. Pero al menos sus virtudes y su gestión ahora cotizaban en serio.

Citar a Illia, en cualquier caso, suponía un favor para la campaña presidencial de Raúl Alfonsín. Todo lo contrario de lo que implicaría hoy citar a Fernando De la Rúa. Los radicales lo negaron estos tres lustros lo suficiente como para enterrarlo. Aunque no tanto como para despegarse.

Tal vez eso indica que pasó poco tiempo. Muchos de los funcionarios y legisladores oficialistas de aquella época todavía siguen en actividad. Les da cierta vergüenza decir que no fueron ellos los que formaron parte del desastre; negar lo evidente, lo que vimos todos.

La primera represión del gobierno de la Alianza estuvo a cargo de Federico Storani. El bonaerense era entonces ministro del Interior y, a menos de diez días de asumir, la gendarmería ya había asesinado a dos personas. Su discurrir posterior es el resumen de la UCR en este siglo: renunció en 2001, se refugió en una banca del Congreso, criticó el acuerdo con la derecha de Francisco De Narváez cuando no le convenía, pero promovió el vínculo con la derecha de Mauricio Macri cuando sí. Aliado a Ernesto Sanz, fue uno de los principales oradores de la recordada Convención de Gualeguaychú en 2015.

Se alquila partido, se busca candidato

Después del 2001 el sello de la UCR ahuyentaba votos. O al menos eso pensaron algunos dirigentes. De cara a las presidenciales de 2003, por derecha y por izquierda fueron varios los que se reagruparon para lavarse la cara. Allí nacieron Elisa Carrió, con crucifijo en pecho, y Ricardo López Murphy, el ex ministro delarruísta que había propuesto arancelar la universidad pública.

Ninguno de los dos llegó a su objetivo, pero aquel proceso dejó en claro que era mejor irse de la UCR que quedarse. Leopoldo Moreau, el candidato oficial del partido, hacía mientras tanto la peor elección de la historia radical. La ciudad de Buenos Aires y el conurbano le dieron la espalda al partido de Alem como nunca antes. Y 15 años después lo cierto es que los números allí no están mucho mejor.

Aunque la reconfiguración del mapa interno traía sus propios planes. Tanto como los pésimos resultados en la región metropolitana, comenzó a llamar la atención la persistencia radical en zonas con menor densidad poblacional. Fue el caso de Margarita Stolbizer. Aquel año sacó un dignísimo 9% de los votos, traccionado por el apoyo de las localidades más chicas.

La misma lógica se repetiría así en distintas provincias. Entre 2003 y 2005, los radicales ganaron seis gobernaciones: Catamarca, Chaco, Corrientes, Mendoza, Río Negro y Tierra del Fuego. El poder territorial emergía como la principal característica del partido. A falta de un único liderazgo fuerte, surgían caciques provinciales.

Pero la carencia de un candidato potente a nivel nacional no tardó en sellar su impronta. En 2007, esos mismos gobernadores sabían que perderían sus bastiones si se repetía una elección como la de 2003. Y se aferraron al presidente Néstor Kirchner. Sólo él les podría garantizar la supervivencia.

Lo mismo, aunque del otro lado, hacía mientras tanto la UCR orgánica: ataron su suerte a la figura de Roberto Lavagna. Colaron a Gerardo Morales como candidato a vicepresidente y rezaron por que su popularidad los ayudase a conservar las bancas en el Congreso. Y lo consiguieron. Durante todo el kirchnerismo, los radicales se mantuvieron siempre como principal bloque opositor.

Llegar como sea

Desde la alianza «UNA» en 2007 hasta «Cambiemos» en 2015, los radicales apelaron a todo tipo de contubernios para subsistir. Acordaron con socialistas, con peronistas disidentes, con ex radicales, con partidos de centroizquierda. Se llamaron Acuerdo Cívico y Social, Unión para el Desarrollo Social, Frente Progresista Cívico y Social, y más también.

Esa estrategia les sirvió para mantener poder legislativo, pero quedaba siempre trunco el camino hacia el Poder Ejecutivo. Desde aquel diciembre de 2001, el radical que más cerca estuvo de ser presidente fue Ricardo Alfonsín. Fue en 2011. Quedó a 40 puntos del primero.

En ese contexto es que surgió el acuerdo hoy vigente con el PRO de Mauricio Macri. Con él no habían intentado unirse todavía. Un poco porque aún resonaban las palabras de Raúl Alfonsín marcando al ingeniero como límite ideológico. Otro poco porque la correlación de fuerzas internas lo había impedido.

Desde que se esmeriló el poder de los radicales porteños y bonaerenses, la UCR estuvo controlada por aquellos caudillos bien parados en sus provincias: Ernesto Sanz en Mendoza y Gerardo Morales en Jujuy. Ninguno tenía lo suficiente como para ganar la gobernación, pero se afirmaban cómodos en el Senado.

Desde allí, ambos se perfilaron hacia 2015 con la idea de apostar todo a un solo caballo. Morales prefería aliarse con Sergio Massa; Sanz con Macri. La disputa se resolvió en aquel congreso entrerriano bastante animado, aunque con resultado puesto.

Pero con todo, el drama electoral seguía siendo el mismo desde el 2001. A diferencia de Illia, el último recuerdo sobre un presidente radical era terrorífico. El estigma de Fernando De la Rúa continuaba.

Durante 15 años lo único que lograron hacer aquellos dirigentes radicales fue sobrevivir y escalar personalmente varias posiciones. Sanz pasó de ser intendente de San Rafael a asesor principal del presidente. Morales, de secretario de Desarrollo Social de la Nación a gobernador jujeño.

Entre tanto, la imagen partidaria no cambió demasiado. La UCR neoliberal de 2001 es prácticamente igual a la actual, mientras que la ausencia de liderazgo se mantiene: Sanz, el precandidato presidencial en 2015, sacó apenas un punto más que Moreau en la epicrisis de 2003.

Aquel violento final de mandato del que ya pasó una década y media no mató al radicalismo. Un siglo de historia no se borra de un plumazo. Pero sin dudas mutó. Mutó y nació un partido político nuevo, ya sin vaivenes, alineado definitivamente a la derecha del espectro.

@fdalponte

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