Batalla de Ideas

19 diciembre, 2016

Adiós a Paulo Evaristo Arns, cardenal brasileño de los pobres

Por Jocha Castro Videla. El 14 de diciembre falleció el cardenal Paulo Evaristo Arns a los 95 años de edad y tras toda una vida entregada a la Iglesia, los marginados de Brasil y a las víctimas de la última dictadura tanto en ese país como otros del cono sur. Dom Paulo nació en 1921 en Brasil. De familia alemana, sintió el llamado a ser fraile franciscano (de san Francisco de Asís) y sacerdote, luego fue ungido obispo (1966) y unos años después cardenal (1973) por el Papa Pablo VI.

Por Jocha Castro Videla. El 14 de diciembre falleció el cardenal Paulo Evaristo Arns a los 95 años de edad y tras toda una vida entregada a la Iglesia, los marginados de Brasil y a las víctimas de la última dictadura tanto en ese país como otros del cono sur. Dom Paulo nació en 1921 en Brasil. De familia alemana, sintió el llamado a ser fraile franciscano (de san Francisco de Asís) y sacerdote, luego fue ungido obispo (1966) y unos años después cardenal (1973) por el Papa Pablo VI.

arns-freireSímbolo de la defensa de los derechos humanos y la democracia, de la lucha por la liberación de los oprimidos. Fue amigo de otros luchadores de la Iglesia católica como Helder Camara, Pedro Casaldaliga y Leonardo Boff, cercano a Paulo Freire y Lula da Silva. Nos toca, a todos y todas los que buscamos mantener la utopía y sus luchas, despedir a otro hermano mayor en este camino “para seguirlo en sus mejores combates”, como diría Lula. La muerte duele más en este contexto continental de restauración conservadora y donde la democracia liberal nos demuestra, una vez más, que es un modelo para pocos.

Nos invita mantener viva y renovar la mejor tradición de la Iglesia latinoamericana, la de la Teología de la Liberación, la de los Sacerdotes por el Tercer Mundo, la del Pacto de las Catacumbas y la de la lucha por la liberación de los oprimidos.

Dom Paulo vivió a fondo su opción vocacional, espiritual y política, hasta el punto de vender el “palacio episcopal” para comprar terrenos en las periferias y fortalecer las comunidades que allí se desarrollaban. Hasta el punto de ser voz universal oponiéndose abiertamente a la dictadura de su país, sufriendo persecución y poniendo en peligro su vida, siendo marginado dentro de la Iglesia por el Papa Juan Pablo II.

foto_domEl Pacto de las Catacumbas fue el compromiso asumido por 42 obispos de países empobrecidos durante el Concilio Vaticano II (1962-1965). Allí ellos se comprometieron a vivir una vida de pobreza y de servicio, como la de Jesús, a diferencia del estilo de vida de la mayoría de la jerarquía eclesial en esa época y en la actual. Entre los puntos redactados y acordados se encontraban: vivir según el modo ordinario de la población donde cada uno residiera, en lo que concierne a alimentación, casa y locomoción y renunciar a la riqueza y a todo ‘material precioso’. Acordaron también no poseer bienes personales y rechazaron ser llamados con nombres o títulos que signifiquen poder, prefiriendo ser llamados simplemente “padre”.

Se comprometieron a su vez a dedicar todo su tiempo y servicio principalmente a los débiles y económicamente pobres y a la lucha política por la justicia. Uno de los primeros gestos fue renunciar a sus anillos de oro o plata (símbolo episcopal) por anillos de madera o de coco, símbolo del compromiso con los empobrecidos y sus causas.

La Teología de la Liberación es una corriente de la teología surgida en América Latina a partir de la década de 1960, cuyo principal exponente es el peruano Gustavo Gutierrez. En palabras de Pedro Casaldaliga, la “teología de la liberación es muy «geopolítica», muy radicalmente histórica. Parte de una tierra concreta, de un continente concretamente, parte de un pueblo, de unos pueblos, con una cierta unidad continental, que viven sus procesos de independencia, de masacre histórico, de hambre, de cautiverio, y al mismo tiempo de reivindicación y de liberación. Es una teología que no ve sólo las señales de los tiempos -como ya nos enseñó el Vaticano II- sino también, como gusto de decir con frecuencia, los signos de los lugares. Es una teología que revaloriza quizá como nunca -excepto quizá los tres primeros siglos de la Iglesia- la voz del pueblo como voz de Dios”.

Parte de la Iglesia Católica en nuestro continente buscó ser y fue parte de las luchas de nuestro pueblo por su liberación. Nos toca hoy heredar lo mejor de ese legado, hacerlo nuestro y renovarlo según “los signos de los tiempos”, al modo latinoamericano del siglo XXI.

Dos claves de lucha: intencionalidad de coherencia y siempre del lado de los empobrecidos.

Que descanse en paz. Que podamos seguirlo en sus mejores combates.

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