Batalla de Ideas

29 enero, 2017

Luciano Arruga, la justicia se milita

Por Juan Manuel Erazo. Paco Urondo escribió: “Empuñé un arma porque busco la palabra justa”. Pero la búsqueda de la palabra justa requiere un acto enorme de valentía. Se necesita ser como Luciano Arruga ¿Te imaginas lo que es tener 16 años y decirle “No” a las redes delictivas que siembran aquellos que legítimamente portan una 9 MM en las calles de tu barrio?

Por Juan Manuel Erazo. Paco Urondo, escritor argentino desaparecido durante la última dictadura, escribió: “Empuñé un arma porque busco la palabra justa”. Es en definitiva por lo que miles de militantes populares luchan día a día, la palabra justa, la verdad, la justicia. Y no es solo cuestión de generación de derechos nuevos, es cuestión de hacerlos cumplir en primer instancia y de atacar estratégicamente al padre de las desigualdades, el capitalismo salvaje.

Pero la búsqueda de la palabra justa requiere un acto enorme de valentía. Y no es necesaria academia, manuales y libros para armar la valentía, solo se necesita ser como Luciano Arruga. ¿Te imaginas lo que es tener 16 años y decirle “No” a las redes delictivas que siembran aquellos que legítimamente portan una 9 milímetros en las calles de tu barrio? Es un acto de valentía heroica, como la del Che en La Higuera, como la de Darío Santillán volviéndose al caos para proteger a Maximiliano Kosteki.

Del otro lado del espejo se encuentra la cobardía. La cobardía del empresariado, la cobardía de los jueces de la impunidad, la cobardía de la clase política, la cobardía de la policía. Y el odio a la policía en los barrios, o la desconfianza que generan, no es cuestión de ideologías, de pensamientos extremistas, es pura constatación de la realidad, de saber que liberan zonas, regentean prostíbulos, que mandan a los pibes a robar, por solo nombrar algunas de sus breves tretas.

Y entre la valentía de Luciano y la cobardía de la policía esta la praxis concreta, lo que hacemos o no para que este mundo siga siendo igual o cambie definitivamente. Que esa praxis se incline para un lado o para el otro decide que un joven pobre de barrio sea militante o policía local, que sea el médico de su barrio o que salga con una 22 a robar, que sea deportista o se esté matando con “paco”. Sin praxis transformadora, la valentía de Luciano es solo un acto heroico aislado, y eso sería, como dicen los mayores, “una picardía”.

Ocho años buscando la verdad

Buscar la palabra justa también implica un enorme acto de voluntad. La misma que tiene Vanesa Orieta, hermana de Luciano, o Mónica Alegre, su madre, o todos aquellos familiares y amigos que durante ocho años han soportado toda clase de irregularidades jurídicas, amenazas, hostigamientos y ninguneos por el mero hecho de buscar justicia.

Sin embargo, esa voluntad ha logrado no solo el cierre definitivo del destacamento policial donde Luciano fue torturado, sino la transformación del mismo en un espacio para la memoria, cambiando las viejas paredes grises y lúgubres por murales coloridos, llenos de vida. Cambiando las torturas por talleres de arte, las balas por tizas, los garrotes por pinceles.

También han logrado la condena a 10 años de prisión efectiva para el oficial Diego Torales por las torturas físicas y psicológicas ejercidas contra Luciano el día 22 de septiembre del 2008. Han logrado la aparición del cuerpo Luciano, algo que no suele suceder en estos casos, y que demuestra que los jóvenes de los barrios no desaparecen porque sí, sino que son asesinados y escondidos para que la institución policial no tenga que responder y para que el Estado no tenga que hacerse cargo de una caja de Pandora que libera miles de casos iguales, sin condena y sin justicia.

Sin embargo hay respuestas que la voluntad todavía no ha encontrado, falta la palabra justa ¿Que hacia Luciano corriendo por la General Paz a la noche? ¿Por qué había un patrullero cerca? ¿Qué rol cumplieron los subtenientes Daniel Vázquez y Oscar Fecter, los subcomisarios Néstor Díaz de Esteban Echeverría y Ariel Herrera, los oficiales Martín Monte, Damián Sotelo, José Márquez y Hernán Zeliz?

Cuanta angustia se siente cuando falta la verdad. La impunidad es una ciénaga que cierra todos los caminos. A Luciano le hace falta tanta verdad que no se tolera. Si no hay verdad para Luciano, el joven de barrio es solo un pibe chorro. Si no hay verdad para Luciano pesa más una 9 MM que un programa educativo. Si no hay verdad para Luciano la justicia solo es una cascara vacía, porque es solo letra muerta que jamás llega a ser justicia social.

Militar a Luciano

El capitalismo (más es su etapa actual) genera exclusión (y mucha). El sentido común de las clases dominantes es el exterminio del excluido, un darwinismo social versión siglo XXI. Como decía el clérigo ingles Thomas Malthus, quien aún sigue inspirando a más de un cuadro de derecha: “Un hombre que nace en un mundo ya ocupado, si sus padres no pueden alimentarlo y si la sociedad no necesita su trabajo, no tiene ningún derecho a reclamar ni la más pequeña porción de alimento (de hecho, ese hombre sobra). En el gran banquete de la Naturaleza no se le ha reservado ningún cubierto. La naturaleza le ordena irse y no tarda mucho en cumplir su amenaza”.

Esta derecha hoy gobierna, no solo en Argentina, sino en muchos países de América Latina. Frenar su avance implica dos acciones concretas para el campo popular. En primera instancia, no correr detrás de la agenda impuesta, y esto no es menor. En 12 años de gobierno del Frente para la Victoria, si bien se ha avanzado en políticas públicas de inclusión social, también gran parte de la discusión sobre qué hacer con nuestros jóvenes ha transitado por el carril de la política punitiva: policías locales, endurecimiento de penas, transformar a los jóvenes en meros objetos del estudio jurídico.

Correr tras la agenda presentada por la derecha solo nos inserta en el terreno de negociar lo innegociable. Romper con ella implica generar políticas públicas que integren a los jóvenes y aplicarlas concretamente con militancia, valentía y voluntad. Pero más aun, implica combatir la base misma de una desigualdad tan violenta como irracional, esa misma que excluye, despide, ajusta, discrimina y mata.

Frenar el avance de la política punitiva sobre nuestros barrios implica también resistir en unidad. La militancia popular no resiste por que así lo dice un manual, es porque así lo exige la realidad ¿Sino para qué se milita? La vida de un pibe de barrio vale mucho, porque es vida del pueblo que vive del trabajo. Porque ese pibe, hoy carrero, cartonero, albañil, mantero o quizás chorro, puede ser médico, abogado, ingeniero de su clase y para su clase. Cómo cambiaria el Código Penal si lo escribiese un villero, cómo cambiaría la ingeniera si la pensara un campesino, cómo cambiaría la justicia si hay verdad para Luciano.

@JuanchiVasco

Foto: Emergente

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