Batalla de Ideas

10 septiembre, 2018

La excepción como regla, o cómo administrar la propia existencia en los medios de comunicación

Por Ana Clara Azcurra Mariani. «Soy Mayra, soy pobre y voy a hablar desde esta condición estigmatizante». Quien nos interpela de esta manera es una joven de veintitantos desde el escenario de la edición TED Bahía Blanca. Un perfil que, a priori, rompe con el perfil prototípico del orador de este tipo de charlas pero sin embargo, en los hechos, es similar en muchos aspectos.

Por Ana Clara Azcurra Mariani*. «Soy Mayra, soy pobre y voy a hablar desde esta condición estigmatizante». Quien nos interpela de esta manera es una joven de veintitantos desde el escenario de la edición TED Bahía Blanca. En principio esta declaración de origen podría suponer una tensión con el perfil prototípico del orador de este tipo de charlas, individuos de las capas medias y altas profesionales, emprendedoras, empresarias y/o académicas (investigadores, docentes) con discursos entusiastas, “proactivos” y meritocráticos.

Una primera y rápida comparación pone a distancia, entonces, la trayectoria biográfica de Mayra Arena, criada en una de las villas más marginales de la ciudad de Bahía Blanca, del sujeto estándar que propone este evento. Sin embargo, la distancia en este caso funciona y absorbe cualquier elemento disruptivo. La operación es sencilla y escapa incluso a la lógica de administración de los discursos de TED porque es anterior. Se llama reconocimiento y es una de las formas en las que las personas se auto regulan sin que el poder deba actuar de manera represiva o coactiva.

¿Por qué Mayra Arena nos resulta atractiva? ¿Por qué aquello que dice nos seduce e invita a compartirlo casi como una responsabilidad social inexorable? Voy a ensayar algunas hipótesis que posiblemente no sean originales pero que funcionen a modo de orden para el pensamiento sobre el verdadero nudo problemático al que Arena nos expone. Esto es, quiénes tienen la posibilidad de hablar y administrar su discurso (y su imagen) en los medios de comunicación y bajo qué reglas explícitas e implícitas deben negociar aquello que tienen y quieren decir.

Primero, Arena apenas denota rasgos de un habla plebeya en su exposición oral. Ella misma reconoció en su Facebook personal que entrenó su oratoria, es decir, que se ocupó reflexivamente de adquirir ciertas destrezas y modos de hablar que lograran hacerla “encajar” en un evento que construye determinadas expectativas sobre los expositores y que se dirige a un público de clase media urbana que aguarda regresar a su casa con la satisfacción de una ilustración multidisciplinar en formato cuarto de hora.

Arena, entonces, habla como “nosotros”, como ese Gran Nosotros de clase media bien pensante que abarca infinidad de matices y que aglutinamos descaradamente, otra vez, a modo de primer ordenamiento de ideas. Ella lava su discurso, lo “blanquea”, le quita los rasgos plebeyos y sintoniza con los asistentes que no sienten ninguna incomodidad ni sismo cognitivo.

En segundo lugar, Mayra Arena elige un formato semejante al stand up, lo que hoy es plausible de ser considerado el humor hegemónico en el amplio abanico de la clase media que elige comediantes catárticos, con rasgos severos de ira, exceso de psicoanálisis y melodramática frustración. Nuevamente, ella reconoce el modo de acercamiento más efectivo, y se declara como portadora de los estigmas típicos que recaen sobre los pobres, posicionándose como ejemplo que le permite credibilidad y la habilita para la crítica, la risa y la ternura frente a su argumentación.

En tercer lugar, Mayra Arena es blanca. Nada hay de políticamente correcto en evitar reconocer que los sectores populares en Argentina tienden a estar integrados por personas con la piel trigueña o morocha, algo que el historiador Ezequiel Adamovsky reconoce en la introducción a su libro Historia de las clases populares en Argentina (Sudamericana, 2012) como tendencia no definitoria pero que alimenta la asociación estigmatizante del pobre como negro. Además, que empaticemos con Arena por su color de piel blanco habla más de nosotros que de una virtud suya.

En cuarto lugar, todas sus argumentaciones respecto de qué tienen los pobres en la cabeza son afirmaciones de rápida asunción y tranquilizadoras, más o menos lo que todos conjeturamos. La violencia como resentimiento; la cantidad de hijos como única aspiración a la propiedad privada posible en los sectores marginales; el gasto improductivo en zapatillas caras como forma de distinguirse y llamar la atención. Todas apreciaciones que merecen complejizarse y que, no dudo, Arena lo sabe y podría hacerlo, pero no en escasos 15 minutos.

Por último, Arena arribará a una conclusión que encastra de maravilla con los discursos corrientes que emparentan el mensaje de los noticieros con las charlas suscitadas cotidianamente en la verdulería o la sala de espera de un consultorio. La familia de clase media te enseña que la vida te la podes ganar de otra manera, dice ella, está bueno juntarse con el diferente. Entonces yo replico que aquello que ella identifica como diferencia es en realidad desigualdad.

Es cierto, nadie elige con qué baño nacer, pero esa arbitrariedad en la que nos toca nacer y que nos deposita en la carencia o en la abundancia (para ser irrespetuosamente dicotómica) no se llama de ninguna manera diversidad o multiculturalismo.

En una entrevista previa al video de su charla TED, Arena afirmó que lo que la salvó de la marginalidad es creer que se puede tener todo lo que se sueña tener. La creencia, sin dudas, se impregna en cuerpos y en prácticas habilitando acciones poderosas (pensemos sino en la especulación financiera), pero no es el entusiasmo singular ni el anhelo alegre lo que combate la desigualdad. Y mientras nuestra atención al “pobre” ocurra cuando reafirma con su discurso nuestro imaginario pequeño burgués del esfuerzo individual y el voluntarismo mágico, seguiremos cayendo en la trampa de la pluralidad de voces una y otra vez.

La experiencia de vida de Arena y la interpretación que realiza sobre su biografía no es materia discutible desde la dimensión personal sino sólo desde el perfil público que sus dichos asumen. No se trata de una impugnación ni una desautorización sino de la evidente reconversión que conlleva negociar, desde la desventaja, la administración de la propia voz desde posiciones históricamente subordinadas. Entre la resistencia que se evita exponer y la posibilidad de existir y polemizar aunque sea de manera light, ella negocia su existencia en la circulación mediática y desecha el silencio.

Es momento de dirigir un mayor esfuerzo investigativo, interpretativo y de exploración al mundo de los ricos, a sus prácticas y su moral de doble vara, endeble y llena de fisuras. Propongo el ejercicio de bajarlos de “lo alto”, ponerlos en una línea continua al resto de los comunes y cuestionarlos. El problema de nuestras sociedades no es la pobreza, es la riqueza.

@serserendipia

* Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA) y doctoranda en Ciencias Sociales

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