Batalla de Ideas

8 abril, 2019

A poco del cierre de listas, nadie quiere dar el primer paso

Sobrevuelan los nombres pero faltan lanzamientos concretos. Del viejo formato de postulaciones anunciadas con un año de antelación se pasó, en este 2019, a una pelea reñida donde ninguna candidatura está asegurada, ni siquiera la del actual presidente.

por Federico Dalponte. Sobrevuelan los nombres pero faltan lanzamientos concretos. Del viejo formato de postulaciones anunciadas con un año de antelación se pasó, en este 2019, a una pelea reñida donde ninguna candidatura está asegurada, ni siquiera la del actual presidente.

Un candidato presidencial debería declararlo fuerte y claro, para que todos sepan su postura. O a lo mejor no: un candidato presidencial debería confesarlo con disimulo y por lo bajo, para que nadie sepa su postura.

Un candidato presidencial debería lanzarse con antelación suficiente, para que su nombre esté en boca de todos. O a lo mejor no: un candidato presidencial debería lanzarse cinco segundos antes de la campana, para que su nombre no esté en boca de nadie.

Faltan dos meses para que cierre el plazo de inscripción de alianzas; un poco más para el día de presentación de listas. Pero todavía no hay candidatos a presidente. Ni siquiera es firme la postulación de quien ejerce actualmente el cargo, sumido entre funcionarios cercanos que le reclaman encontrar un sucesor.

En el variopinto universo opositor, mientras tanto, prima la cautela, aunque no la indecisión. Parece raro que figuras como Cristina Kirchner o Roberto Lavagna todavía duden de su postulación. Valdría más decir que ambos saben qué quieren hacer, pero no lo comunican.

El ex ministro de economía quiere ganar sin competir, ser el candidato del consenso ficto del peronismo y otros tantos. Le falta aquello que le sobra a su amigo Sergio Massa: creérsela.

En política hace falta esa íntima convicción de que el futuro está en las propias manos, de que llegó el momento decisivo, de que la historia se juega en esa cruzada acá y ahora. Néstor Kirchner y Raúl Alfonsín, incluso provenientes de distintas trayectorias políticas, llegaron a la presidencia contra todo pronóstico, contra todo cálculo aritmético: se presentaron convencidos de que era la hora. No importaba el desenlace; se presentaron porque creyeron que podían torcer la historia, no para especular con que el azar les tocara la puerta.

Después, claro, es cierto que el azar hace su parte. Si compiten determinados contrincantes, se pierden tales votos. Si el ciclo económico mete la mano, las chances se amplían o se reducen. Si sucede algún imponderable, cambia el eje de la campaña. Eso no se controla, y por eso nadie asegura la victoria: postularse a una elección es, ante todo, asumir como posible la chance de perder.

Por eso Lavagna suena a poco. Él es quien encarna la esperanza de la recuperación económica, pero también es el hombre que quiere que le rieguen de flores el camino a la Rosada. Su última experiencia, saliendo tercero y a treinta puntos de la ganadora, le impregnó ese miedo a la frustración que todo político –que se precie– debería ser capaz de superar.

Allí, las postulaciones frustradas de Lula y Salvador Allende resuenan como ejemplos palpables de la región: tres derrotas consecutivas antes alcanzar la presidencia recién en el cuarto intento. O tal vez también, ilustrativo en la historia local, el caso del radical Ricardo Balbín, que se postuló cuatro veces sin frustrarse, saliendo siempre segundo por márgenes amplísimos: 31, 18, 28 y 37 puntos de diferencia respectivamente.

 ***

 Será, en definitiva, que la política se volvió algo parecido a un juego de cartas, donde todos retrasan las decisiones más elementales hasta el último minuto. Mostrar esas cartas hoy es sinónimo de vulnerabilidad.

Es discurso repetido, pero vale recordarlo: Raúl Alfonsín se anotó en la carrera presidencial un año antes de la elección. Carlos Menem se ungió candidato diez meses antes; Fernando De la Rúa lo hizo con once meses de antelación; Néstor Kirchner se consagró como candidato favorito del gobierno ocho meses antes de la jornada decisiva; Mauricio Macri había blanqueado sus intensiones dos años antes ganar.

Con cierta razón podrá decirse que la principal opositora, la senadora Cristina Kirchner, está en todos los cálculos electorales desde hace al menos un año, cuando logró igualar la intención de voto del oficialismo. Pero podrá decirse también que la suya no se trata de una candidatura confirmada –a diferencia de sus antecesores–.

En ese escenario, no puede descartarse un último intento por parte de la senadora para designar a un sucesor; una jugada arriesgada si se tienen en cuenta los plazos escuetos del calendario electoral. Intentar una transferencia rápida de votos nunca garantiza el éxito.

Se dirá, por ejemplo, que la candidatura de Héctor Cámpora fue un experimento exitoso de transferencia de votos con apenas cuatro meses de preparación. Pero se podrá decir también que entre el líder original y el suplente forzoso hubo una diferencia de doce puntos en las elecciones de marzo y septiembre de aquel año 1973.

En cualquier caso, lo cierto es que el tiempo no es menos importante que el proyecto. En ese orden, pareciera difícil que logre imponerse en octubre algún nombre que hoy no está instalado. Si así fuera, sería un caso excepcional en la historia reciente.

Por ahora, desde agosto hasta la semana pasada, tuvieron su acto de lanzamiento Miguel Pichetto, Daniel Scioli, Juan Urtubey y Sergio Massa. Ninguno goza de chances serias de ganar. En cambio, Macri –el candidato del gobierno–, Cristina Kirchner –la candidata del ex gobierno– y Lavagna –el candidato de medios y empresarios– no tuvieron todavía acto ni intención.

En definitiva, el que se lanza con bombos y platillos es porque quiere llamar la atención, y el que no se lanza es porque ya la tiene. En el medio, la moda del suspenso dificulta cualquier conjetura y deja la sensación de que las alianzas –juste o no– se tejen de espaldas al propio electorado.

@fdalponte

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