Batalla de Ideas

1 mayo, 2019

1° de mayo: clase, género y forma sindical en debate

Por Nicolás Castelli y Guadalupe Santana. Como sucede hace más de un siglo, hoy se conmemora el Día Internacional de los Trabajadores y las Trabajadoras. ¿Cuáles han sido las transformaciones del mundo del trabajo y de la condición obrera? ¿Cómo se explica la emergencia de trabajadores y trabajadoras excluidos? ¿Cuál es el rol de las mujeres y las disidencias? ¿Que papel cumple el nuevo sindicalismo que va emergiendo?

Por Nicolás Castelli y Guadalupe Santana. Como sucede hace más de un siglo, hoy se conmemora el Día Internacional de los Trabajadores y las Trabajadoras. Salvo en EE.UU. y otros pocos países, el mundo celebra a quienes lo hacen andar. ¿Cuáles han sido las transformaciones del mundo del trabajo y de la condición obrera? ¿Cómo se explica la emergencia de trabajadores y trabajadoras excluidos? ¿Cuál es el rol de las mujeres y las disidencias? ¿Que rol cumple el nuevo sindicalismo que va emergiendo?

Las transformaciones en el mundo del trabajo

En los primeros años de la década del ’70 del siglo pasado, tuvo lugar una de las últimas y más importantes transformaciones del capitalismo. Se inició con el fin de lo que el historiador inglés, Eric Hobsbawn, llamó edad de oro del capitalismo (1945-1973) y significó una nueva fase en el ciclo histórico del capital, que trajo consigo importantes cambios tecnológicos, productivos y laborales. La hegemonía del sector industrial fue desplazada por la del sector financiero, que comenzó a ocupar el centro de la economía, imponiendo reglas del juego y dando lugar a la especulación como forma de acumulación.

En nuestro país, esta transformación implicó la desarticulación del Estado Social existente desde 1945, tanto en su versión nacional y popular como desarrollista. El modelo de sociedad argentino basado en la protección del mercado interno, una fuerte movilidad social ascendente, un mercado de trabajo estructurado alrededor del pleno empleo, de la formalidad del trabajo y de un alza relativa de los salarios, dejó de existir en menos de una década, no sin complicidad de las cúpulas sindicales. También se transformó el rol del Estado como regulador de la economía y garante de derechos sociales.

Mucho se ha teorizado y discutido desde entonces sobre el fin del trabajo y de la clase obrera. Lo cierto que ninguno de ellos ha desaparecido sino que se han transformado. El trabajo fue perdiendo su estatus de derecho y la condición obrera se ha tornado heterogénea, diversa, fragmentada y precarizada. Frente a esta realidad, en los últimos años, cobraron relevancia dos actores claves para la clase que vive del trabajo: el movimiento de mujeres y disidencias y el de los trabajadores y trabajadoras excluidos.

“Que el feminismo dirija la CGT”

Desde el primer Ni una Menos, en junio de 2015, la cuarta ola feminista impregnó todos los ámbitos de nuestra sociedad a fuerza de masividad y radicalidad en sus planteos. Con esta potencia, desde hace tres años, los 8 de marzo se organiza el Paro Internacional de Mujeres, que articula la metodología de lucha clásica del movimiento obrero con la masividad y transversalidad del feminismo local y mundial. De esta manera, se pone sobre la mesa la realidad de las mujeres y disidencias en el mundo del trabajo: la inequidad, la brecha salarial, la sobrerrepresentación en los trabajos precarios, en negro y en los índices de desocupación, la violencia laboral y la feminización de la pobreza.

Además de estas problemáticas, se ha visibilizado otra realidad crónica: la escasa representación de las mujeres en las instancias de dirección sindical y centrales obreras. En el mejor de los casos, ocupan cargos en Secretarías de Género o áreas de promoción social de los sindicatos pero cuentan con un “techo de cristal” para llegar a los cargos de decisión política.

En un contexto de avanzada neoliberal, mientras la cúpula de la CGT desmoviliza, el feminismo popular con perspectiva de clase va ganando cada vez más protagonismo y visibilidad en el movimiento de trabajadores/as para cambiar todo lo que tenga que ser cambiado.

Por esto mismo, democratizar las instancias de la vida social donde todavía permanecen desigualdades de género, tiene un potencial transformador clave. En el caso de la vida sindical -estructurada en lógicas machistas- resulta fundamental para construir un nuevo sindicalismo: democrático, combativo, presente en las calles, reflejo de las demandas de las bases y expresión de la potencialidad del movimiento de mujeres y disidencias.

Los trabajadores y trabajadoras en chancletas

Como mencionábamos, una de las consecuencias producidas por las transformaciones en el capitalismo significó que una parte importante de la población marginada del mercado de trabajo tuviera que procurarse su subsistencia, volcándose a lo que se denomina Economía Popular.

Cooperativas de trabajo, cuadrillas de infraestructura social y mejoramiento ambiental, organizaciones de campesinos/as y pequeños/as productores rurales se fueron convirtiendo, entre otras, en la forma de sobrevivir para miles de familias. Esta nueva realidad laboral, en 2011, construyó la Confederación de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (CTEP).

La “CGT de los excluidos”, a fuerza de movilización y protagonismo en las calles, no sólo fue conquistando mejoras sustanciales para este universo sin derechos laborales, sino que a su vez, fue apuntalando su identidad como laburantes para personas muchas veces estigmatizadas como “choriplaneras”.

Una nueva realidad

A principios de este siglo, el sociólogo y actual vicepresidente de la República Plurinacional de Bolivia, Álvaro García Linera, afirmaba, analizando la reconfiguración de la clase obrera y las luchas de su país, que el sindicalismo no murió sino que lo que estaba extinguiéndose era una forma de ser material y simbólica del sindicalismo -representado en su país por la Central Obrera Boliviana (COB)-, desfasado de la nueva realidad que las transformaciones del capital habían configurado. En consonancia, también dejaba de existir una forma de la condición obrera pero no de la clase obrera en sí.

Recogiendo estas reflexiones, sostenemos que un sindicalismo que no estructure las nuevas realidades de las mujeres, las disidencias, los y las trabajadoras de la economía popular, que no potencie y represente lo más dinámico de éstas y que no unifique material y simbólicamente sus demandas en un mismo movimiento, por sobre la fragmentación de la condición obrera heterogénea, es una forma de ser que, tarde o temprano, va a dejar de existir; y que este proceso irreversible tenderá a acelerarse cuanto mayor sea la predisposición de sus conducciones a mantener el “diálogo” con gobiernos entreguistas.

@puede_fallar y @NicoCastelli3

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