Batalla de Ideas

6 diciembre, 2019

La izquierda popular y el Estado capitalista: apuntes urgentes (I)

El siglo XIX: nacimiento del Estado capitalista, el proletariado y la teoría marxista del Estado.

Fernando Toyos

@fertoyos

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Nos encontramos a escasos días del cambio de gobierno, pasando por la jura de los cargos legislativos y las confirmaciones de las carteras ministeriales se plantea una pequeña pero significativa novedad en este escenario: la izquierda popular accederá por primera vez a cargos en el Estado nacional, todo un acontecimiento para este joven espacio. 

El primer elemento a considerar está contenido en el título: no puede hablarse de Estado “a secas”, so riesgo de que el concepto devenga una entelequia de escaso valor analítico. El Estado tiene apellido: en un momento histórico caracterizado por la ofensiva del capital llamada neoliberalismo, la disolución del campo socialista y la crisis de los proyectos emancipatorios, estamos ante la hegemonía del Estado capitalista. 

Si tuviésemos que aproximarnos a su origen histórico, la Revolución francesa resulta un hito inevitable: fue allí donde la supremacía burguesa frente a la nobleza terrateniente se procesó de modo más claro, lo que tuvo su correlato en un espectacular desarrollo de la burocracia estatal, aquella que Marx definiría como una “boa constrictor que tapona todos los poros de la sociedad civil”. Fue allí donde se perfiló, con más claridad, la escisión propia de la modernidad capitalista, que divide a la esfera pública de la privada, separando al hombre privado del altruista ciudadano. 

Fue también en Francia que el naciente proletariado realizó su primera experiencia de autogobierno, conquistando aquella efímera “forma política de la emancipación del trabajo” que fuera la Comuna de París. Aplastada por las tropas del Reino de Prusia, que socorrieron al Segundo Imperio de Luis Bonaparte, al que -hasta ese momento- estaban combatiendo. Frente a la sublevación de quienes movemos al mundo, las guerras entre sus dueños se convierten en rencillas sin importancia.

El siglo XIX vio nacer, a la vez, al Estado capitalista, al proletariado y a la reflexión de Marx sobre el Estado. Desde las tempranas páginas de la Gaceta del Rin (1842) hasta las cartas a Vera Zasulich (1881), toda la obra del genial pensador de Tréveris está atravesada por el problema de la organización política de la dominación burguesa y las estrategias para su superación. En las páginas del Manifiesto Comunista, el Estado es definido como un “comité que administra los asuntos comunes de la burguesía”. Aquí se advierte una relación directa, casi sin mediaciones, entre la clase dominante y el Estado: este parecía ser un instrumento de aquella y, más allá de la voluntad del propio Marx, esta lectura instrumentalista ha tenido -y mantiene- una pregnancia importante dentro del movimiento obrero y las izquierdas. 

Con la derrota de la revolución de 1848 y la coronación de Luis Bonaparte como Napoleón III, el desarrollo estatal dio un salto cualitativo: en las páginas del XVIII Brumario de Luis Bonaparte, Marx caracterizaría al Estado francés como una estructura capaz de garantizar la reproducción sistémica del capitalismo independientemente de quién la comande. Frente a la idea de un Estado-instrumento -que, como tal, podría servir a los fines del proletariado tanto como a los de la burguesía- con el XVIII Brumario se elaboró la noción de un Estado-estructura, programado para reproducir el orden existente sin importar quien lo gobierne.

Vladimir Ilich Ulianov, conocido como Lenin, además de haber sido el dirigente histórico de la revolución rusa, fue un brillante teórico marxista. Las páginas de El Estado y la revolución, que se interrumpen cuando la reflexión teórica le cede el paso a la práctica política, sintetizan la tensión entre Estado-instrumento y Estado-estructura. Debatiendo, al mismo tiempo, con las corrientes anarquistas y reformistas -en un tono fraternal tratándose de las primeras- Lenin sostuvo, de un lado, que no es posible abolir de un día para otro al Estado burgués. Sin desorganizar la resistencia que las clases dominantes, inexorablemente, opondrán frente a la amenaza de sus privilegios, ni preparar a las clases subalternas para autogobernarse, ninguna transición hacia una sociedad sin explotadores ni explotados será posible. 

Tampoco es posible, le contesta al reformismo, pretender una extinción gradual y pacífica del Estado burgués: retomando la experiencia de la Comuna y retomando a Marx y Engels, Lenin sostendrá que “la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines”. Si bien el paralelismo no es perfecto, puede verse el sesgo estructuralista en la primera posición -“el Estado es solamente una máquina de coerción y debe ser destruido”- mientras que el carácter instrumentalista de la mirada reformista es mucho más claro. 

Frente a ambos, Lenin planteará que es preciso, primero, abolir el Estado capitalista, sustituyendo al ejército por el pueblo en armas y reemplazando también a la burocracia estatal. Lo que queda luego de esta operación, dirá, es un “Estado que ya no es un Estado”, un “semi-Estado proletario” que, en la medida en la que avancen la universalización de los medios de producción y el fin de la explotación de una clase por otra, perderá su razón de existir y tenderá a extinguirse. 

La conformación del Estado en América Latina ha seguido un curso bien distinto. Mientras en Europa aquél fue un producto de la hegemonía que la burguesía conquistó en el seno de una sociedad preexistente, de este lado del océano la estatalidad capitalista fue impuesta a sangre y fuego, haciendo tierra arrasada con las civilizaciones que poblaban Nuestramérica antes de la conquista. 

El Estado, dirá José Aricó, fue “productor” de la sociedad civil capitalista de un modo que Europa no conoció, razón por la cual -según el marxista cordobés- la figura de Bolívar se le apareció a Marx como la de una suerte de dictador “bonapartista”. La imposibilidad de realizar una “traducción” que permita entender al Estado en América Latina en el marco de un desarrollo histórico que le es propio, parece arrastrarse hasta el día de hoy, considerando la caracterización que hacen ciertas corrientes de izquierda de los gobiernos del ciclo de impugnación al neoliberalismo, especialmente de Venezuela y Bolivia.

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