Cultura

13 octubre, 2020

Oscar Alemán, la leyenda del jazz argentino

La vida de Oscar Alemán cuenta que alguna vez en nuestro país hubo un negro que brilló en el París de los años ’30, que tuvo la admiración de Duke Ellington y Louis Armstrong entre otros, y que desde una infancia atravesada por la pérdida de sus padres y la marginalidad, terminó por convertirse en un políglota musical de vuelo internacional, al que hoy en Notas decidimos recordar.

El personaje que van a conocer tuvo una carrera merecedora de muchísimo más reconocimiento del que goza. Con esa simple afirmación, jazzeros, melómanos y otros pocos probablemente ya sepan de quién estamos hablando.

Un consejo: Pueden acompañar la lectura con la versión de este baião (estilo musical propio del noroeste brasilero).

Oscar Alemán nació en la provincia de Chaco. Marcela, su madre, era una mujer toba, pianista de profesión. Su padre, Jorge Alemán Moreira, era uruguayo, guitarrista y director del “Quinteto Moreira” en el que lo acompañaban cuatro de sus hijos, hermanos de Oscar, quien se sumó a los seis años para zapatear malambo, y acompañar el folklore que producían las cuerdas de la familia.

Las cosas no iban nada bien y el padre de Oscar decidió ir a probar suerte a Brasil. No solo con la música sino también arriesgando una producción de algodón que suponía podía dejar buenos ingresos para volver a la Argentina. Sin embargo, nada sucedió como esperaban y al poco tiempo recibieron la noticia de que Marcela había fallecido, quedando los hermanos menores (Herminia y Enrique) al cuidado de un orfanato. La noticia derrumbó a la familia. Los hijos que estaban en Brasil (todos mayores a Oscar) se fueron abriendo camino cada uno por su cuenta, mientras que el padre de la familia no pudo soportar la situación y decidió quitarse la vida.

Con sólo 11 años “Oscarzinho” -así lo adoptaron sus conocidos en Santos- se fue a dormir a los bancos de una plaza realizando distintas tareas para sobrevivir. Entre ellas, abría las puertas de los autos que aparcaban en la entrada de un cabaret de la zona. Con eso, y un poco de ayuda de algunos comerciantes, fue ahorrando dinero hasta pedirle a un luthier su primer cavaquinho (instrumento portugués de cuatro cuerdas), que lo acompañaría a lo largo de su extensa carrera.

Casi de casualidad terminó durmiendo en la parte trasera de un cabaret y empezó a conocer gente del ambiente del espectáculo que reconoció en él su talento innato para no sólo hacer música -aunque sin saber leer una partitura- sino también para bailar y hacer reír. Comenzó a tocar en tabernas, donde conoció a quien sería para él su segundo padre: Gastón Bueno Lobo, un músico brasileño que lo introdujo en el arte de  la guitarra y con él formó el dúo Los lobos.

Juntos recorrieron el interior del país, conocieron artistas del ambiente musical, como Pixinguina, por quien nuestro protagonista descubrió al jazz y comenzó a practicarlo a escondidas de Bueno Lobo. El reconocimiento que adquirió el dúo los llevó a Buenos Aires, donde ampliaron su repertorio con tango, foxtrot y boleros, en un ambiente donde la escena cultural le había dado impulso al varieté, espectáculo que al que Alemán se adaptaba perfectamente por ser todo un showman.

En ese tiempo además el tango lo llevó a conocer a Discépolo, Gardel y otros por los que logró subsistir económicamente. Motivo de su música y de sus amigos del ambiente del 2×4 los terminó contratando el sello Víctor para grabar con el violinista Elvino Vardaro, en una formación que llevaba el nombre “Trío Víctor”.

En ese contexto llegaban las primeras bandas de Jazz a la Argentina. El bailarín de tap Harry Flemming los contrató y les propuso viajar a Europa, donde Los lobos harían giras por toda España y otros países.

Es allí donde el guitarrista se consagró. Por primera vez toca en orquestas de jazz y en 1931 conformó su primera formación. Ya era presentado como guitarrista del género; Bueno Lobo se abrió de su camino regresando a Brasil por una enfermedad y tiempo después terminó suicidándose.

Cuando esta pérdida lo había sumergido en la soledad y el whisky, Alemán recibió una oferta que le cambió la vida. Durante la mayor parte de los años ‘30 fue miembro del music hall de Josephine Baker, éxito en el París de aquellos años.

Esa primavera se terminó con la invasión de la Alemania nazi a París. El guitarrista debió huir y después de yirar por unos cuantos países europeos, logró regresar a Buenos Aires. Era barajar y dar de nuevo. Una escena cultural dominada por el tango y donde no tenía el renombre que se había ganado en Europa. Así y todo logró formar su propio Quinteto de Swing, tocando en radios, cafeterías y cabarets, lo que consagró grabando con el sello Odeón. Sus shows eran los únicos que en términos de popularidad competían con las orquestas de Troilo, D` Arienzo o Pugliese.

Para los años ‘50 su banda ya incursionaba en el son cubano, el cha cha cha, la rumba, la milonga y otros. Aquí su vida daría otro vuelco: la separación con su segunda compañera, Carmen Vallejos, lo sumió en una extensa depresión sobre todo porque esto había implicado distanciarse de sus hijas. Así comenzó una etapa de largo ostracismo. A finales de esa década el jazzista tiene dos úlceras producidas por el alcohol.

Uno de los momentos memorables en su vida ocurrió en 1968 cuando Duke Ellington, uno de los íconos más grandes de la historia del jazz, visitó el país y pidió conocerlo. Tal era su admiración por él, que la Embajada de Estados Unidos organiza un homenaje a Alemán. Esa noche las crónicas cuentan que ante un público que no prestaba atención a su música, fue el propio Ellington quien levantó la voz para pedir respeto por el artista en escena.

Seguramente Sergio Pujol sea uno de los especialistas que más sabe de la vida de este héroe de la guitarra que alcanzó más popularidad en el exterior que en su propia tierra. En su biografía La guitarra embrujada (2015) cuenta que lo de Alemán con la música no tenía que ver con un mandato artístico, sino con una cuestión de supervivencia, donde el cavaquinho y la guitarra fueron en verdad sus salvavidas.

Su historia estuvo atravesada por pérdidas y giros propios de un guion de película. La disyuntiva entre un músico puramente del jazz y el showman que podía tocar boleros, samba, choros y baiones lo acompañó toda su vida, y terminó por sellar lo exquisito de su obra.

Un 14 de octubre de 1980 Oscar Alemán, el hombre que introdujo la guitarra en el jazz mundial, se despidió de este mundo por un cólico hepático. Su música, su obra y su historia merecen otro reconocimiento.

Federico Piva – @fedep81

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