Batalla de Ideas

22 febrero, 2021

La peor de las derrotas es la derrota moral

El escándalo del Vacunatorio VIP generó un cimbronazo fuerte dentro del gobierno, quizá fue el fin de semana más complejo desde que asumió Alberto Fernández. Sin embargo, a pesar de la renuncia inmediata del Ministro de Salud, lo que se puso sobre la mesa es cómo combatir los privilegios aun en un gobierno “popular” y por qué asumen tanta gravedad.

Hernán Aisenberg

@Cherno07

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La noticia ya circuló por todos lados e indignó a propios y ajenos. El Ministerio de Salud de la Nación estuvo vacunando a personas allegadas sin cumplir con los criterios de prioridad ordenados por el propio ministerio. Eso generó críticas y denuncias sobre corrupción y privilegios que existen para quienes están cerca de la “política”.

Iniciamos esta pandemia con anuncios conjuntos entre oficialismo y oposición. Más allá de pequeñas voces que seguían preocupadas por la economía y la cuarentena, que negaban la pandemia y hasta dudaban de la veracidad del virus; en la dirigencia política había un acuerdo unánime en que la salud y la vida eran absoluta prioridad, y que era menester cuidarnos entre todes para salir de la pandemia mejores como sociedad. 

Sin embargo, rápidamente la grieta política entró en juego. Los tiempos y restricciones de la cuarentena, la apertura paulatina de distintos comercios, la situación de les pibes y el encierro; la negociación, el origen y la utilidad de la vacuna antes de tenerla y la reciente la vuelta a clases: todos debates que más bien eran señales de que no íbamos a salir de la pandemia mejores como se vaticinaba en la previa, sino mucho más mezquinos, cínicos e individualistas. 

Así llegamos a esta vacunación VIP que se llevó puesta a un ministro que tenía mucho prestigio incluso entre los opositores, que había rearmado una cartera degradada a Secretaría en el gobierno anterior, que había transitado el peor momento del virus sin hospitales abarrotados y sin tener que elegir a quienes darle un respirador y a quién dejar morir como ocurrió en otros países.
El consenso sobre el trabajo en materia de salud era tan amplio que dejó en la marginalidad e irracionalidad a quienes hablaban de “infectadura” -más preocupados en hacer daño que aportar-. Pero este escándalo, a la vista vista de todes, sin justificación y presentado por los propios responsables, lamentablemente terminó dándole una victoria a estos irracionales en un momento de mucha sensibilidad sobre el tema.

De más está decir que no es el primer escándalo de corrupción en Argentina. Esto no es propiedad de ningún gobierno ni partido en particular, y seguramente tampoco es una actitud exclusiva de la dirigencia política. Sería justo que antes de culpar a la política nos pongamos a pensar cuántos contadores tienen trabajo ayudando a los evasores a zafar impuestos, cuántas veces hicimos colas más largas que las comunes para tramitar el pasaporte por excepción, o simplemente cuántas veces evitamos una multa con una pequeña charla con algún policía. El que no llora no mama y el que no afana es un gil. Aunque pensemos que sólo el siglo XX era problemático y febril, hay vicios que siguen presentes.

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Si se busca la definición de “corromper” en los diccionarios, es un verbo asociado a “alterar y trastocar la forma de algo, depravar, dañar, pudrir algo o pervertir o sobornar a alguien”. Básicamente, un acto de corrupción en la política es que se tomen decisiones en donde el poder de turno se ve privilegiado, dejando un manto de sospecha y de duda sobre los criterios adoptados, pudriendo la confianza y legitimidad de las instituciones y los cargos que ocupan. 

Sin ir más lejos, aunque varios dirigentes de Juntos por el Cambio pongan el grito en el cielo por este vacunatorio VIP de Gines González García, tendrían que poder recordar que Mauricio Macri eligió a un ex CEO de Shell para dirigir el Ministerio de energía, un ex presidente de la Sociedad Rural que ocupó el Ministerio de Agricultura, y un ex empleado de la JP Morgan como ministro de Hacienda, sólo por poner algunos ejemplos. No escuchamos a Carrió en aquel momento decir que “elegimos una Argentina decadente e inmoral”.

Si bien para muchos esto no conlleva necesariamente a un acto de corrupción, un Estado atendido por sus propios dueños hace inevitable la duda y la sospecha, más que nada cuando las decisiones posteriores son tan favorables a los sectores que esas personas solían representar antes de asumir -e incluso durante- sus cargos.

El sólo hecho de pensar quienes se beneficiaron con el aumento de tarifas, la casi extinción de retenciones a las exportaciones rurales y el endeudamiento más grande de la historia debería hacernos pensar que Aranguren, Etchevehere y Pratt Gay estaban sentados de los dos lados del mostrador generando desde sus cargos públicos grandes privilegios para sus amigos del poder.

Quizá la idea de que esos amigos fueran empresarios y no políticos, o de que ellos mismos no provenían de la política tradicional, sino del empresariado o incluso la protección mediática garantizada por otros privilegios recibidos, hicieron que estos personajes gobernaran hasta el último día de su mandato, sin renuncias, sin escándalos ni pedidos de juicio político.

Repasando la historia podemos encontrar causas de corrupción de todo tipo y color, sin importar los países ni los partidos políticos que los representan. Sin embargo, cuando afinamos el lápiz es muy probable que muchas de las sentencias y condenas -por no decir todas- ocurran en causas de corrupción de dirigentes que asumen con el compromiso de gobernar para las mayorías populares. ¿Es este un intento de justificación o exculpación? Por supuesto que no. Por el contrario, es la demostración de que estas situaciones son mucho más dañinas y perjudiciales para los pueblos de lo que podemos imaginar.

“Peor que una derrota política es la derrota moral, peor que una derrota electoral, es una derrota moral, y la derrota moral no las infringe el adversario, que es co­rrupto, ladrón, que destruyó los países y en­tregó lo público a unas cuantas personas. Si hay derrota moral, es porque nosotros nos infringimos la derrota moral al caer en las garras de la corrupción, del mal uso de los recursos públicos”,dijo en una clase magistral el ex vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Álvaro García Linera.

En otras palabras, los gobiernos populares son aquellos que ponen por delante la política sobre el mercado, la intervención sobre la “mano invisible”, las decisiones democráticas de las mayorías sobre las decisiones de los patrones. Si la política se corrompe, lo único que nos queda es la no-política, que ya nació corrompida. La sociedad parte de una desigualdad, de personas que tienen privilegios sobre otras, y la política tiene que ser la llave para poder combatir esas desigualdades y esos privilegios, si no, no sirve para nada. 

Por eso los gobiernos oligárquicos, conservadores, elitistas nunca van a estar preocupados por sus causas de corrupción. Ellos ya llegaron al gobierno para mantener privilegios y la corrupción es parte de su ser, de su identidad. Saben que nadie va a juzgarlos por eso. Pero quienes prometen que van a terminar con los privilegios no pueden darse el lujo de tropezar, porque los poderosos de siempre van a estar esperando, agazapados y listos, para volver a culpar a toda la política y convencernos de que no hay salida, que siempre habrá privilegios. No podemos permitirnos esa derrota moral que implica la pérdida de nuestros sueños. No podemos regalarles el discurso de la honestidad y la transparencia porque, como dice Linera, “a la larga habremos llevado a la so­ciedad a una derrota generacional”. 

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